lunes, julio 25, 2005

El nuevo Aleph


No voy a rescribir el cuento de Borges. Todos nosotros, argentinos de clase media, en el bachillerato, leímos alguna vez El Aleph, así como los Cuentos de la Selva de Quiroga. No sé si sirven para despertar vocaciones literarias esas lecturas obligadas en las tardes interminables del secundario. Pareciera- a mí me lo parece- que en esas tardes nada se despierta: ningún amor a la ciencia, a la geografía o al francés. Solo las ganas de escapar, escuchar el timbre del recreo y, sobre todo, el que anunciaba la libertad completa, a las seis de la tarde.
Entonces, Cortázar o Borges nos sonaban como partes de esa cárcel incomprensible, ese claustro donde perdíamos las mejores horas del día.

Bueno, pero ahora quiero volver a ese viejo recuerdo, al cuento que García leía una y otra vez mientras yo dibujaba caritas en los márgenes de la hoja y López o Mosquera boludeaban en voz baja.
Creo recordar - nunca volví a leerlo- que el protagonista de El Aleph estaba enamorado de una que se muere, y que sigue visitando la casa de un amigo común de la señora. El tipo era poeta de barrio, italiano (algo tenía Borges con los italianos, no me lo va a negar: al tano Fabbri –padre facho- siempre le parecía que el fino de Borges despreciaba a los tanos. No sé. Yo como judío no tengo nada contra el escritor; al contrario, recuerdo que Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo. Y que Don Jorge metía personajes judíos que, extrañamente, no eran pícaros comerciantes como esos del Cid Campeador, que el tipo los engaña: el colmo del piola: cristiano canchero engaña a judíos pícaros...esa fue la verdadera hazaña del Cid y la comete, recuerdo, en el primer capítulo... ja)
Bueno, a lo que iba. El pequeño poeta italiano de barrio insiste en competir- ni más ni menos- con Borges y le tira versos insufribles, pedantes, cursis y anticuados. Hasta que le larga el Secreto: su fuente de inspiración está en el sótano. Es un lugar, una esfera que condensa toda la realidad, así como suena. El Todo está ahí, visible desde todos los puntos de vista.
Ay ay... ahí hay cosas que el pobre Borges nunca hubiera querido ver: su inmaculada y casta novia muerta, encamada con el tano poetastro, en una visión horrorosa que anula la capacidad del escritor para seguir contando qué maravillas del mundo se veían en el Aleph. Ahí termina el cuento, creo recordar yo: un amargo final. Pero nos quedamos sin más Aleph. Se termina el cuento, el tipo putea porque ve a su amada en plena encamada... y nada más.

Pasaron cuarenta años.

Borges murió, lo mismo que el tano poeta, con lo cual ese trío, reencontrado en el más allá no sabe que ha estado ocurriendo en el más acá.
Acá ocurrió Google, por ejemplo. Muy poco poético. Nada que ver con El Aleph, ¿no? Yo como moishe algo inculto, hecho en la calle Juan Be Justo (agencias de autos usados, alguna mesa de dinero, un negocito en galería de barrio para Nancy-mi señora- y los hijos al Schule), digo, tengo que terminar ese cuento inconcluso, ahora que El Aleph existe y se llama www.maps.google.com

Seré inculto, pero tengo ojo y lo que se ve desde ahí arriba es – lo sé- exactamente como Dios ve las cosas, como los ángeles del cielo las observan. Yo, maravillado, con bronca por no haber leído más a Borges, alejado de la literatura en las tediosas sesiones de lectura culta del Cole, digo: me faltan las palabras para describir el Todo que se ve desde maps.google. Lo invitaría al Escritor o, al menos, al poetastro para que echen una ojeada por la pantalla y vean, como estoy viendo en este momento, las olas rompiendo en el Cabo de la Buena Esperanza, la playa, las rocas del confín sur de Africa. O como hace un rato, el Kilimanjaro nevado, desde arriba, como Dios ve las cosas, o como los ángeles. Ahora, en mi casa, no en un misterioso sótano de Constitución, sino acá mismo, en mi casa de Paternal veo el suburbio triste de Ciudad del Cabo, casas minúsculas- celestes- con jardines mínimos, pelados: casas de negros pobres. Vi ayer Río desde el cielo, y me pareció que el paraíso estaba ahí, a mis pies: subí la falda del Pan de Azucar y vi los veleros en la Bahia de Guanabara.
Ahí está todo: el agujero que dejaron las Torres Gemelas en la punta de Manhattan; el puente que une Europa y Asia; los barcos llenos de contenedores en el puerto de Buenos Aires; los aviones en la pista del aeropuerto de Estanbul; las columnas de Piazza San Marco... no puedo seguir: me faltan las palabras. Invoco a Borges y quizás él me sugiera un final adecuado, como este, quizás:

Una noche, muy tarde, después de años de escudriñar cada metro de nuestro planeta, creí ver algo moviéndose. Imposible, porque se trata de fotos satelitales. Sin embargo...
Luego, una tarde de verano de 2008 noté como se movía un barco cruzando el Bósforo. Fue un segundo o dos.
Ahora, en 2020 sigo empeñado en mirar, no hago otra cosa que mirar: conozco casi de memoria la cara de los doce mil millones de personas que habitan La Tierra, veo cada tanto pequeños estallidos, accidentes, naciones que nacen, islas que aparecen de la nada. Y lo sigo extrañando a Borges. No puedo encontrar las palabras para describir lo que veo.
Sobre todo, cuando- lo anoto todo ahora- el doce de abril de 2018 me vi a mí mismo mirando El Aleph, en Fragata Sarmiento y Juan Be Justo. Y asesinando, como lo hice, a Nancy. Dios me perdonará: esa ignorante mujer mía insistía en que deje de mirar el Todo, desde el puesto de Dios. La insensata estaba celosa de Él.
De Mí.


25/07/05

domingo, julio 24, 2005

Espectáculos

Una estrella estallando en supernova, el primer llanto de una vida, una célula dividiéndose, el agua congelándose en cristales ínfimos, un geyser explotando, el viento gimiendo tras las puertas, el río despeñándose en cataratas, un huracán girando poderoso, una montaña brillando en colores, el óvulo fundiéndose con su visitante, un beso en el andén, la paciencia del tigre acechando, el tigre avanzando sobre la presa, el salto del tigre, fundir estaño en tu cocina, oler la lluvia antes que se largue, un tornado avanzando, siniestro, sobre una granja aislada, la primera cita, una ola estrellándose en la roca, la lluvia inundando de frescura la ciudad, un brote de primavera.

Dos palabras que se encuentran por primera vez.


11/12/04

domingo, julio 10, 2005

En el crepúsculo

Todos tememos el crepúsculo. Esa hora incierta en que el día y la noche no se deciden a gobernar, crea inquietud. Pregúntenle, si no, a Remo.
Son las 7 de la tarde. Remo sale maquinalmente de su oficina, camina las dos cuadras hasta el estacionamiento y recoge el auto, un viejo Renault herencia de su padre.
Las cosas no andan bien, repasa mentalmente: debo cinco meses de expensas, tres del garage, me duele la mano (¿reuma?) y tengo- como siempre- un hambre atroz.
Sale del estacionamiento, un viejo Garage quizás de 1920, con el olor de miles de humos instalado en sus paredes, el gris sucio que hace juego con el negro del techo, y con la ropa del encargado.
-Adiós, patrón—escucha, con un tono , sospecha, cargado de cierta intención.
-Chau, Ramirez— (este pelotudo me estará insinuando que debo tres meses?).

Sale a la avenida, un muro de ruido que Remo amortigua cerrando las ventanillas y poniendo la radio. Se pierde tras colectivos, motos de delivery, taxis, bocinas.
Según contó después, esa rutina diaria- la misma que desde 1990 ejecutaba cada tarde, fue la que lo salvó de morir soltero, angustiado y solo como un perro.
A las 7 y 10, Clara tomó el 39. A las 7 y 14, mientras el reflejo de alguna nube enrojecida se filtraba por la ventana, se dio cuenta de que esa tarde o noche, no iba a terminar como todas. Sus nueve meses de embarazo estaban con ganas de acabarse ahí mismo. El dolor punzante le avisó que esta vez iba en serio.
Sintió el líquido, un líquido, algo que le bajaba cálido por las piernas y gritó.
Frenazo del colectivo, tumulto, una señora que se pone histérica y el colectivero que baja, desencajado, y también grita algo, que Remo no escucha , por la radio y las ventanillas bajas, pero que ve. No se imagina qué pasa, pero cuando el tipo se acerca y le pide algo sabe que hay que escaparse de ahí, huir, rajar, hay problemas (un asalto?), y ante esa posibilidad, andate Remo, llegá rápido a casa, duchate y comé de una vez el pollo frío que te espera, pero el tipo se hace oír, un parto, algo así...
-Que pasa?.
-Necesito que lleve a una embarazada a algún hospital, está a punto- le grita.- Oiga, es urgente, ayúdeme.

Se imagina la escena que vivirá un segundo después, hace un rápido cálculo mental y sabe que no hay alternativas. Imagina su auto llenándose de gritos y de sangre, los nervios, no saber a donde ir, yo no sé nada de partos ni de hospitales, donde queda el de Niños , no tengo obra social, sí, cuidado, clínica Las Lomitas, donde queda eso, por Los Polvorines, pero no hay tiempo, agarre por el bajo, que hago mamá, ay mamá, llame a mi mamá con el celular. Sí 445434344 no, no entra, a ver dígame despacio 445... suena. Señora le paso con su hija, esta todo bien, mientras frena por el semáforo, duda si pasarlo. Un cana lo mira, lo para, pide papeles. Oiga oficial o cabo, tengo a la señora apunto de parir, necesito que me ayuden. El policía entra al auto y le indica por donde ir.
Todo esto se imagina Remo mientras ayuda al colectivero a colocar a la parturienta en el asiento trasero. Se queda quieto, como esperando órdenes.
—Voy cerca...estaba por ir al curso para embarazadas que dan en la clínica. Ay, duele un poco.
—No se preocupe, diga donde la llevo.
—A la Misericordia, en Mansilla.
—Como está?
—Bien, pero no le garantizo un viaje tranquilo...ayy
—Calma
—Estoy en calma, y muy contenta porque al fin llegó el día.
—Respire, eso hace bien
—Ja, parece la instructora, jadear, jadear, así, así
—Buen ritmo, señora
—Tengo 19 años , soltera, ayy, nunca me dicen señora
—Ahora le van a decir mami
—Ay como duele la put...perdon
—Grite tranquila.

Cuando llegaron, la ayudó a bajar y entraron a la Guardia.

—Me llamo Clara , gracias...
—Remo
—Ja, mami soltera, deséeme suerte
—Suerte, pero me quedo a esperarla
—No sea loco, váyase
—La espero, quiero saber algo de hospitales y partos.

Se enamoró. Mientras la ingresaban-todo bien, sin complicaciones administrativas- le agradecían su ayuda, lo despedían- pero no se quería ir-, mientras todo eso pasaba, se enamoraba, lo sabía, como un muchachito.
Salió a fumar a la calle a las 7 y 43. Miró las nubes rojas, aspiró con ganas el cigarrillo y vio ¿ raro no?, un pedacito del sol poniéndose al final de la calle.
Tenía hambre y una alegría tan grande que lloró.
Me lo contó así, tal cual. Todo pasó en el crepúsculo.
©03-10-2002