domingo, mayo 22, 2005

Vi luz y entré

—Vi luz y entré. Perdón si interrumpo
Ladraron los perros, nerviosos.
—No, tranquilo. ¿Que tal, cómo anda?
—Bien, acá ando... un poco jodido del reuma ¿vió?
Y mientras lo decía, las manos aun en el bolsillo, acarició el arma, una vieja 22.
—¿Quiere acompañarnos con el mate?
—Gracias, gracias.
—¿Lo trajo?
—Sí, como no ...
—¿Cuanto?
—Peresé, Don Carlos. No estoy muy seguro todavía
— Mire, Romualdo, ya esperé bastante a que se decida
—Es que no é fácil terminar con eso
—Lo sé, pero a mi no me dan más tiempo: ahora o nunca, ¿está?
—Si, está. Pero mire, el otro día, mi cuñado me lo pidió.
—Y para que lo quiere ese inútil
—Bueno, Don, no me lo insulte así, tampoco, que mi hermana , pobre, lo quiere mucho, y es el padre de mis sobrinos.
—No me haga llorar. Y vamos apurando, ¿eh?
—No, mire, no me ponga en esta posición, de tener que elegir, o esto o aquello..
—Yo no lo pongo en ninguna posición; usted mismo, alma en pena, cabeza gacha, modales respetuosos de hombre servicial, es el que se pone ahí. Yo voy a lo mio: si no le interesa, usted a lo suyo y santas pascuas, aquí no ha pasado nada.
—Pero pasó algo, ¿o no?
—Qué quiere que le diga. Claro que pasó. Y hay que arreglarlo.
—Carajo que difícil que me lo pone.

Volvió a acariciar el arma , bajando lentamente la mano por el ancho bolsillo.
—Bueno, ya que no quiere que lo apure...
La mujer, al fin, habló.
—Romualdo, usted es buena gente —dijo.
Para qué. Las manos le empezaron a temblar mientras tomaban posesión de la culata del arma, y su largo índice se filtraba despacio entre el gatillo y el aro.
—Sé que no nos va a fallar.
—Dos mil, entonces.
—Dáselos Carlos.
—Tas loca, María.
A disgusto Don Carlos se levantó, caminó lento hasta una vieja cómoda. Abrió el chirriante cajón, hurgó entre unas ropas - había ruido de papeles, cartas o documentos -y al fin, lo cerró.
—Tómelos y hasta nunca.

Entonces, sí, Romualdo sacó lento el arma. Apuntó, primero a la mujer, que ya cerraba los ojos. Despues, se escucharon dos secas detonaciones en la noche de El Tropezón, Partido de Tres de Febrero, Oeste del Gran Buenos Aires, Argentina, Sudamérica, Sur del Mundo, Planeta tercero contando desde el Sol, estrella mediana, de un extremo de uno de los brazos exteriores de la Via Láctea, Del Grupo Local de Andrómeda, ubicado en la quinta Gran Cuerda de las Doce Dimensiones Universales, tan cerca de Dios como lejos de todo. Algo se detuvo a llorar en esa inmensidad: quizas durante un trillonésimo de segundo, el Todo despidió a esa gente condenada por la pobreza que apeló a ese recurso para cobrar un seguro de vida a favor de la hija, pero se recompuso y siguó alentando la esperanza de que hay futuro, de que Dios está cerca nuestro, nos cuida desde aquella nube en la que se oculta, cantándonos suaves canciones en arameo, latín y español. Pero, “qué solos se quedan los muertos”. Y sus matadores.


17-Abr-04