lunes, mayo 09, 2005

Historia policial

Ayer hice algo extraño. Robé una billetera.
La saqué de un bolso, en la sala de espera de la estación. Asomaba negra, brillante, una linda pieza de marroquinería, con las puntas de algunos billetes visibles y la promesa de dinero al alcance de mi mano. Y lo hice. Miré, antes, alrededor del asiento. Nadie. Ni un alma. La oportunidad hace al ladrón, me dije mientras me levantaba y, distraídamente, manoteaba la billetera.
Salí del salón sintiendo dos ojos clavados en mi nuca, pero, miré nuevamente y nadie...Solo allí, lejos, muy lejos, una pareja dormitando en un asiento.
Tomé un taxi. ¿El hombre habrá sospechado algo? No sé, pero me miraba interrogándome. Dudé. Temblaba mi voz, cuando le indiqué mi dirección.Quería llegar a un lugar tranquilo, sentarme, abrir la billetera, sacar los billetes y contarlos uno a uno, disfrutar, si era posible, de mi primer hurto.
Al fin, llegué a casa y, casi corriendo, entré al comedor y me senté ante la mesa. Los dispuse todos en fila: veinte billetes de a cien, dos mil pesos relucientes, aún con olor a tinta. Papel firme, brillante, crujiente. Un gusto.
Sentí, de pronto el aguijón de la culpa entrándome bien adentro. Casi un dolor en el corazón. Tomé los billetes, los volví a poner en la billetera y, sin dudarlo, fui a devolverla a una comisaría.

No me gustan las comisarías. Me hacen recodar cosas que viví de estudiante: un calabozo oliendo a orina, miradas amenazantes. Ahora, dicen, las cosas cambiaron, así que me animé y fui a la de mi barrio. El policía de la entrada me sonrió y me dijo amable que siga por el pasillo y que entre a la Guardia.
En la Guardia había dos policías tomando declaración a unas personas, así que me senté. Largo rato de espera. Me adormecía y ahí mismo me di cuenta que estaba haciendo una macana grande como una casa. Cuando ya me retiraba un vozarrón de sargento enojado me detuvo
—Adonde va, ciudadano! —Era evidente el tono irónico con que marcó la palabra “ciudadano”.
—No , es que me olvidé un documento...
—Pero cuál es su problema, señor–dijo mientras su carnoso cuerpo se desplazaba, obstruyéndome el camino hacia la salida.
— No , nada, una denuncia de robo. Me desapareció la billetera
—Ajá...
—Y iba a casa a buscar mi documento de identidad...
—Pero en su billetera ¿no estaban los documentos?
—No...— dudé. Sabía que el gordo sargento había encontrado la diversión del día
—No entiendo. ¿Y para que vino a hacer a denuncia si no perdió los documentos?
—Ya le dije perdí la billetera. Y la plata
—Cuanta plata llevaba: cuarenta, cincuenta pesos? Acaso cien?
—No recuerdo exactamente
—Pero no era una fortuna
—No, claro que no.
—Y por unos pocos pesos vino acá, a aguantarme a mí, perder el tiempo en vez de estar en casa tranquilo. No me cierra, don ...
—Gerardo Gutiérrez, Malabia dos tres uno siete, septimo a
—Y quien le pidió su dirección, Don Gutiérrez? Mire me va a tener que explicar algunas cosas, si no lo toma a mal. Tengo sospechas de que hay algo más.

Fueron dos horas. Recorrí mi vida desde los años duros del setenta hasta la gloria del nuevo milenio. Todo le conté al gordo sargento.
Me tiraba de la lengua. Por ejemplo.
-–Y que me dice del 76, donde estaba, militando en alguna orga?
–No, qué dice... estaba todavía en el secundario
–Pero si usted nació en el cincuenta y seis, ¿no? Como puede ser que en el 76, a los veinte años, estuviera en el secundario...?
Yo me hundía, aterrado.
—Sabe qué, don, no sé por qué pero no le creo nada. Va a tener que permanecer detenido en averiguación. Oficial Mayor- llamó- acá tengo un dos-uno-dos.
—Me lo retiene en cuatro- uno-cinco , Fernández y me prepara un café bien cargado, entendió?- sonaba chillona, aguda la voz del Oficial Mayor en el intercomunicador, una reliquia de los setenta: enorme botonera, cables gruesos, todo color cremita sucio. Empezaba a deprimirme, Hacía rato que me odiaba por haberme metido solo en la trampa.
—Bien, necesito que deje todas sus cosas en esta caja: plata, llaves, etcetera. Se lo devolvemos en cuanto termine la cosa.
— ...tengo que hacer una llamada para avisar.
—Después la hace, ahora me deja sus cosas acá, ¿está?. Y me sigue a las dependencias interiores
—No— me animé.
—¿Cómo?
—No, que necesito ahora avisar a un abogado
—¿Usted ve mucho cine? ¿Cómo se le ocurre que un dos uno dos en situación cuatro uno cinco puede hacer llamadas? Después, sí, no hay problemas.
Deposité lo que llevaba: llaves, un celular, mi billetera, un pañuelo limpio, un peine de bolsillo, una carta de mi vieja, la billetera robada, la factura de teléfono, monedas.
–Aja, mmm.... si. Un momento: ¿dos billeteras? ¿Y viene a denunciar la perdida de otra? ¿Cuantas usa, señor? –Me miraba, con esos ojos sucios y rojos, cansados, aburridos de la vida, con bronca hacia los tipos normales como yo, con trabajos previsibles, horarios definidos, mujeres, hijos y amigos convenientes. “Y yo que culpa tengo de tu vida”, pensé inútilmente.
Abrió la billetera, y contó los billetes. Mi fin era inminente.
- Epa! Dos mil pesos. ¿Por qué anda con tanta plata encima? No entiendo nada. Oficial Mayor, acá Ferraris, otra vez. No, mire, esto ya es un TRES uno dos, jefe.–Me miró como espantado y me lo dijo clarito:
–Se terminó la joda, ciudadano. Va a conocer nuestras cómodas instalaciones. Soy un policía a la antigua, ¿entendés?, de esos que añoran el viejo Proceso de reorganización y tengo ganas, hoy, de volver a gozar de aquellos tiempos.
Tocó varios timbres y al rato apareció una mujer policía, seguida por una especie de robot, alguien muy alto, vestido de fajina, que miró desde sus ojitos achinados y sonrió, pícaro.
- Así que a éste cuatro-tres-uno?
– No, preferiria un ocho dos, pero vos sabes que al jefe no le gusta el ruido, todo en vos baja, música tranquila
– Ja..tipo boliche de levante...
– Che que va a pensar la Cabo Fernández. A ver cuando acepta mi invitación, Susy.
– Cuando mi novio me lo permita. Mi novio, el Oficial Mayor.
– Era broma. Hablando de eso, me pidió un café bien cargado, Cabo. Susy, divina.
– Basta, hasta ahí eh? Bueno y donde se lo llevo
– A la ORCA: Oficina de Registración de Confesiones Argentinas, vulgo: la carbonera. Ahí vamos a estar muy ocupados con este señor, un rato largo.
Sentí como el ano, el culo para más claridad, se me abría, dejando escapar todo el hedor de mi miedo. “Esto no es verdad” me repetía, mientras sentía trozos mínimos de mí resbalando por la entrepierna.
-Mmm ¿quién se cagó? No me diga, señor, que usted se nos ha cagado de miedo ja ja!! –dijo alguien mientras yo me disipaba en la nada.

***

-¡Señor! ¡Señor! ¡Despierte! –unos gritos me taladraban el sueño. Abrí los ojos, en la Oficina de Guardia, sentado en el banco de espera. Una mujer policía, parecida a la Cabo Susy Fernández, me despertaba.
–Je, se quedó dormido, su turno. ¿Viene por alguna denuncia?
–¡No!, ¡No!, ¡De ninguna manera, nada! No, solo por un certificado de domicilio ¿puede ser?
-Cómo no,–dijo amable.
–Adelante, adelante, ciudadano... – me invitó al escritorio un sargento gordo, carnoso.
No conviene robar billeteras.

14 Comments:

At 12:51 p. m., Blogger PreDatado said...

Uma história muito interessante. De facto não convém nada roubar carteiras. Mas, principalmente, nunca sonhar em voz alta.

 
At 1:19 p. m., Blogger esteban said...

Asi es, predatado, en nuestros paises las pesadillas nunca terminan de ser soñadas.
Me alegra que mi cuento sea leído y comprendido en otra lengua, siempre cercana pero tan diferente. Un abrazo.

 
At 12:25 p. m., Anonymous Anónimo said...

algo de emocion p

 
At 10:02 p. m., Anonymous Anónimo said...

yo creoo q estuvo bkn pero donde esta el detective yo me llamo Dolores Castillo y estudio en el colegio Liceo ignacio carrera pinto, y mi curso favorito es el 6 basico es genial a mi msn es frutillita_007

 
At 1:08 p. m., Anonymous Anónimo said...

miercoles 16/01/2008 hoy mas que nunca quiero que se reconozca el trabajo de los policias su dia a dia el ministerio publico "los FISCALES" Solo trabajan en contra de los funcionarios es mas facil culpar a un policia que a un delincuente, entonces para que o para quien se trabaja. Se necesita el apoyo del ministerio publico para que los piolicias que aman su profesion pueda hacer mejor su trabajo

 
At 12:58 a. m., Anonymous Anónimo said...

grax me salbaste de buscar una hora i media un cuento policial para lengua le mando este i ta.
graxx estebamm!

 
At 9:35 p. m., Anonymous Anónimo said...

Muchas gracias Esteban, me ahorraste un largo tiempo, nesesitaba algo asi para historia, copie y modifique tu trabajo y me saque un 10, gracias por esta historia, yo siempre acostumbro a agradecer. un saludo

 
At 7:04 p. m., Anonymous Anónimo said...

mxas gracias me ahorraste varias horas de trabajo, buskaba algo parecido y lo enontre, ademas la historia esta muy buena xau y gracias ota vez. ojala ke mevaya bn.

 
At 9:17 p. m., Anonymous Anónimo said...

me parecio muy feo algunas partes

 
At 9:17 p. m., Anonymous Anónimo said...

me parecio muy feo algunas partes

 
At 9:17 p. m., Anonymous Anónimo said...

no me gusto

 
At 8:57 p. m., Anonymous lisa said...

nos llevamos tu cuento para la esc uela mañana en clases lo leemos en la primaria sexto grado aca en misiones argentina..en san ignaico...
muchas gracias...
lisa

 
At 8:58 p. m., Anonymous lisa said...

te cuento otro dia ..que paso jjaja
lisa doce años

 
At 7:06 p. m., Anonymous Anónimo said...

es el mejor cuento esta del uno eto e deja mucho de que aprender

 

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