sábado, abril 30, 2005

Esta semana, mi cuento lo publica Badosa

Léalo allí, haciendo click en el título. Gracias

domingo, abril 24, 2005

El Arte de decidir

Pensé que podía cambiar mi vida en cuanto terminé de leer un libro, maravilloso, sobre el arte de la decisión. La vida, nos dice, se desperdicia en aprontes. La vida se nos va en timideces, en falta de decisión para actuar. Como protagonistas abúlicos, perezosos, se nos pasa la película y olvidamos cuál era nuestro papel en ella. Así nos va: nadie nos recuerda en el final.
Decidí, pues, decidir. Actuar sin temor. Al primer amor en ciernes, declararme. A la primera víctima de una injusticia, reivindicarla. Al primer niño hambriento, alimentarlo.
Caminé por la calle, aun enganchado con el libro, como viviendo un epílogo protagonizado por mi. Nunca miro a los ojos, aquejado por el temor a revelar algún secreto cuando se sostiene la mirada, pero en ese momento miré a los transeúntes con descaro, con insistencia, con una sonrisa franca, como invitándolos a conectarse conmigo, a romper la canasta y dejar volar a la mariposa.
Una bofetada, sonora, llegó por izquierda, de manos de una mujer a punto de desbarrancarse en la vejez, pero con todo el aire de señora con ganas aún de disfrutar. Es cierto, la había mirado con insistencia mientras le decía con la mirada: “ya sé que estas angustiada por el paso del tiempo, pero que aún esperas seducir, antes del declive. Acá estoy yo: cuarenta y nueve años, separado, siempre detrás de mujeres menores y ahora, de pronto, te veo y me gustaría tener una historia con vos, quizás la última que vivas antes de caer en la vejez irreversible.” Plash! sonó.
Intenté disculparme, pero ya se había formado un círculo de curiosos, sonrientes, señalándome, alguno gritándome “viejo verde”, alguna risa y yo rojo, sí, caliente la cara, las orejas ardiendo.
Quise alejarme rápido pero me lo impidió un chico callejero, de los que como sombras cubren nuestras esquinas con sus pequeños servicios y demandas.“ Una monedita, Don. Le limpio el vidrio, Don. Mire mi malabarismo, jefe”. Estaba practicando con cuatro pelotas de trapo Lo hacía bastante bien, no se le caían nunca. Y se ponía justo delante de mí, y yo urgido por escapar del bochorno. Terminé empujándolo del mal modo. Cayó a la calle y se golpeó contra un auto. La gente gritó indignada. Huí como cobarde.
Lo que no sabía es que en la otra esquina me esperaban sus amigos. Chicos ya más grandes, calzando aparatosas zapatillas, con baldes y trapos y caras serias. Ellos se comunican con silbidos y gritos agudos: lo sabían todo.
–Así que te gustan las viejas, maricón. Y empujas a los pibitos de la calle, cabrón.
Alcancé, por suerte, a parar un taxi mientras diez ojos me maldecían. Y apurado entré y secamente le indiqué la dirección. Ni una palabra más. El hombre era de los habladores, aburridos por horas de manejo en la ciudad, añorando tomar un mate con la señora, mirando la tele.
–Desastre estos pibes, no?
–Sí, que va hacer...
–Por mí, nada, pero molestan al público. Mas que nada eso.
–...
–Y a usted, cómo lo agredieron ¿no?, por qué habrá sido, me pregunto...
–...
– Seguro que lo querían robar, los guachos
–...
–Y yo no le digo ninguna ninguna novedad todos nosotros los taxistas lo decimos porque conocemos la calle sabemos como son las transas vemos todo robos travestis venta de droga choreos porque a este país se lo quieren reventar los imperios para quedarse con el petróleo y más que eso con el agua que tenemos en los hielos continentales que los chilenos aliados de los ingleses se querían quedar con esos acuíferos por que además ahora China mira con ganas y los japoneses ni le cuento vio la cantidad de chinos que hay ahora por Belgrano y por Flores guarda con esos porque están bichándonos todo el tiempo y pasándole data a los de Pekín que en cualquier momento nos afanan media Patagonia si somos los boludos del mundo mire...
–Déjeme acá.
–Pero...falta mucho.
–Cambié de idea.

Salí a tomar aire y a planificar el resto de mi vida. A decidir cosas, de acuerdo al libro.
Primero. No mirarás más a la gente a los ojos. Segundo. No te detendrás frente a los chicos de la calle. Tercero, no tomarás más taxis. Cuarto, te mudarás de época y país: vivirás en Tahití, en 1889, junto a Gauguin pintando palmeras y cuerpos y playas blancas, acompañarás a Picasso en su primer viaje a París, te encontrarás con Gershwin mientras compone Un Americano en París y tendrás algunas discusiones sobre el futuro con Einstein y Freud, en Viena, 1909. Tocarás jazz en Harlem, 1948 y gozarás de la praia con Vinicius y Tom, en Bahía, 1958. Seducirás a Brigitte Bardot en 1960 y volverás atrás, a escuchar a Johann Sebastián en su iglesia.

Esas son decisiones.


2/12/04

sábado, abril 16, 2005

Diario de un ganso

INTRODUCCIÓN

Hace tiempo que quería empezar a escribir este diario. Pero, mi condición de animal de granja, y de una especie poco considerada en el mundo de las fábulas, me inhibía de hacerlo. ¿Cómo un ganso, tonto, como yo, va a pretender sentarse a escribir su historia?
Yo sabía casi de memoria las historias de zorros, urracas, loros y otros animalitos odiosos, pero por más que preguntara, nadie había escuchado jamás historias sobre gansos.
- Si son estúpidos y feos...¿a quién le pueden interesar sus historias?

Bueno, vencí mis temores, saqué una pluma de mi cola, la mojé en tinta y empecé a escribir MI HISTORIA. La primera historia escrita por un ganso, que rivalizará con cisnes, patos feos, zorros y gallinas.


DÍA 1

Lo primero que hay que decir es que los gansos somos fácilmente confundidos por los chicos de la ciudad con Pavos. Ojo! Nada pero nada que ver! Los pavos son parientes grandotes de las gallinas y se los comen para Navidad, pobrecitos.

En cambio, a nosotros no nos comen... creo. Por lo menos no vi a ninguno hasta ahora.. aunque pensándolo bien: si no nos comen, ¿para qué nos crían?

DÍA 2

Me ha dicho mi abuela que los gansos somos guardianes de las granjas, que para eso nos tienen. O sea que graznamos (una especie de ladrido agudo) en cuanto el primer desconocido aparece en la cerca y eso despierta a los caseros y salen a ver quién anda ahí. Por eso nos tienen. Decenas, acá hay como cuarenta gansos. ¿Tantos, digo yo, para cuidar la granja? ¿No bastaría con cinco o seis?. Humm. Si no nos comen, si sobramos para cuidar la granja, ¿para qué nos crían?


DÍA 3

Mi tía Gansy me dijo que somos tan esbeltos , bellos y agraciados, que nos tienen a efectos decorativos: alegramos la vista de los visitantes. Así como en algunos parques hay avestruces o flamencos (esos patilargos) en granjas más modestas nos usan como elemento decorativo. No me cierra mucho; ¿tan hermosos somos? Humm, Si no nos comen, si sobramos para cuidar la granja, y no somos demasiado estéticos, ¿para qué nos crían?


DÍA 4

- Chico, ¿quieres saber la verdadera razón? -me preguntó tío Plumón.
- Sí, tio. ¿Para qué servimos?
- Cómo para qué, cómo para qué. Nuestras plumas. Nuestras maravillosas plumas blancas, que se usan para rellenos de almohadas, sillones , etcétera.
- ¿En serio, tío?
- Sí, a mí me han desplumado ya varias veces, así que...

Me quedo tranquilo: ahora sé para que existimos...Pero, yo vi por acá gansos de plumas ralas, feas... Hmmm Si no nos comen, si sobramos para cuidar la granja, no somos demasiado estéticos, y no todos tenemos plumas aptas, ¿para qué nos crían?


DÍA 5

Ahora averigüé con mamá: me dijo - la noté algo nerviosa- que los hombres se quedan con huevos de ganso, que los usan para alimentación. O sea: una vez que te dejan nacer, no te pasará nada, el problema los tienen los huevos, pero esos no se enteran de nada.
Y ¿para que hay tantos gansos machos, que no ponen huevos? Hmmm. Si no nos comen, si sobramos para cuidar la granja, si no somos demasiado estéticos, si no todos tenemos plumas aptas y si no todos ponemos huevos, ¿para qué nos crían?


DÍA 6

Hoy recibí un reto por parte del Consejo de Ancianos. Dicen –por nota- que ando preguntando mucho: que quiénes somos, para qué servimos, para qué vivimos, cuál es nuestro destino, preguntas todas ,que, leo “no son aptas para el nivel mental medio de nuestra comunidad de gansos, cuya simpleza, candidez y pasividad es ampliamente reconocida por especies tan diversas como zorros, humanos y equinos”. Atentos a estas razones y otras “de orden público” se me comunica que me será negada cualquier asistencia si continúo con mis interrogatorios, etc. ,etc. Me quedé estupefacto, trifecto y torrefacto: Si no nos comen, si sobramos para cuidar la granja, si no somos demasiado estéticos, si no todos tenemos plumas aptas y si no todos ponemos huevos, ¿para qué nos crían?¿eh? ¡clama ahora mi grito en el desierto!¡ No me callarán, no emude...


EPÍLOGO

Termino esta corta experiencia autobiográfica recordándole a nuestros niños que más vale pájaro en mano que ciento volando, que las uvas están verdes, y menos averigua Dios y perdona, y todas las moralejas que esta tierna historia pueda recordarnos. Para un ganso no hay nada mejor que otro ganso y un humano. Somos simpáticos y algo tontos, y nos quieren...todos nos quieren.

©2003

sábado, abril 09, 2005

Sobre cosas que suceden a la hora de la siesta

El mundo se divide, desde siempre, entre siesteros y noctámbulos, entre tradicionales madrugadores que tienen que recuperarse de una a cinco, y gente que compacta más el día, levantándole más tarde, saltándose la siesta y yendo a dormir a la una o dos de la madrugada. Son casi dos etnias distintas, dos subespecies enfrentadas, creo, al punto que no es imposible imaginar una guerra entre ambos grupos en el principio de la historia.
Hubo, entonces, seguramente una guerra antes siquiera de la escritura, por eso no hay crónicas de ella, salvo la que ensayaré ahora, a modo de reconstrucción arqueológica.

La batalla típica que ganaban los noctámbulos empezaba a las tres de la tarde. A esa hora fatídica para los siesteros, el cuerpo es una pesada bolsa que se encoge sobre sí misma, se aplasta al suelo, al colchón, a la cama de paja o de lo que fuera, se extiende horizontal en busca del silencio. Si es verano, es aun más neto el efecto y fuerte el deseo. El cuerpo se estira gozoso, casi en un orgasmo. Cada músculo exhala como un pequeño placer, segrega una cosquilla que se suma a cientos de cosquillas exhaladas desde otros músculos. Ese río interno va creciendo, llega a la boca y el bostezo final libera esos mínimos y placenteros aires, los ojos se cierran liberando lágrimas de satisfacción y ahí el siestero conoce la gloria.

En ese momento un alarido de alarma conmueve el campamento y decenas de activos noctámbulos, en el cenit de su movilidad, se abaten sobre los catatónicos cuerpos entumecidos del placer de la siesta, con resultados habitualmente demoledores. Toda batalla jugada a las tres de la tarde se convertía en una derrota segura de los siesteros.
Estos se vengaban inundando de flechas el campamento enemigo a las cinco de la madrugada.

En este equilibrio de ataques diurnos y nocturnos la naciente humanidad iba desangrándose y condenándose a la pronta extinción. De seguir las cosas así, en pocos siglos, digamos hacia el 50 mil A de C no hubiera quedado humano vivo en la faz de la Tierra y ni yo ni ustedes escribiríamos o leeríamos acerca de esa inicial batalla de la Humanidad.

Hoy día se conoce que fueron los Neandertalenses los siesteros que perdieron la inicial guerra de exterminio, esa limpieza étnica implacable. Los hábiles Homo Sapiens sapiens, noctámbulos, los vencieron, en un largo verano que obligaba a los retozones neandertalenses a extender horas y horas su descanso. Parece que eso ocurrió en el año 49789 antes de la venida de Nuestro Señor.
Desde aquella fecha, se hizo evidente que los trabajos de la humanidad estarían a cargo de una nueva raza que podía al mismo tiempo madrugar y ser noctámbula, y sobrepasar las horas muertas de la tarde sin caer en la tentación de la cama. Pocos lo lograban de manera consistente o permanente. La mayoría, gente débil al fin, caía en tentación de siesta. Los más voluntariosos emigraron hacia el Norte, allí donde el sol del mediodía casi no calienta y la cama no nos llama, y ejercieron durante milenios el duro arte de eludir la tentación de la siesta. Se preparaban durante toda la vida para resistir esa y cualquier otra de las tentaciones, con el recuerdo siempre fresco de los peligros de la siesta: los aullidos que las viejas decían recordar, los ecos de la masacre permanente que se cometía a las tres de la tarde, la antigua guerra perdida de los neandertales.

Hoy, es claro, esa subespecie domina, maquinando planes mientras el resto duerme: firma leyes y decretos entre los bostezos de la mayoría y se asegura siempre la mejor porción del pastel por medio de la sabia administración de sus horas de sueño. Esa gente no está nunca cansada, siempre sabe exactamente qué hacer en cada circunstancia, no tiene la duda como fantasma, no se queja del frío, ni del hambre, no tiene cansancio, no se sabe cando desahoga su vejiga, aguanta doce horas seguidas en banquetes oficiales, siempre tiene tema de conversación con la comensal que le toca al lado - quizás la tía del Subsecretario Interino, a quien apenas conoce- y mira con frío desprecio a la gente que comenta alguna debilidad, que menta algún deseo, que añora algo en la vida.
Hay que destruir el neandertal que llevamos adentro, gritan (es un decir: simplemente lo sugieren de hecho, no es gente de andar a los gritos).

Y así, desde siempre, nos hemos dedicado a eliminar ese salvaje interno, perezoso, amante de la siesta y de los placeres de la tarde tranquila, esas bestias sedientas de cama que nos incomodan con sus deseos, con su piel siempre dispuesta al placer, con sus apetitos despiertos, tan poco proclives al sacrificio, a la templanza, al trabajo duro. A veces, quizás con demasiada frecuencia, creemos detectar que cierto grupo humano es una reencarnación del neandertal exterminado, una amenazante rediviva de aquellos pre-hombres. Los matamos, los limpiamos, los holocaustamos en rápidas y feroces blitzkriegs, no vaya a ser que el monstruo de la tentación nos gane la partida y seamos presa fácil, a las tres de la tarde, de cualquier homo sapiens sapiens al acecho.

domingo, abril 03, 2005

La agonía del Papa Sciavo

Por novecientos días, el Canal de las Noticias publicaba su ya ritual titular, “El Papa se Muere”. Los periodistas acampados desde siempre en la Plaza San Pedro ya ni siquiera apostaban su cena a cuando sería. Ente tanto, la gente común moría, sin tanta alharaca. Una lista impresionante de lideres mundiales, todos dolidos por la inminente muerte del Papa morían semanalmente y la prensa solo les dedicaba una líneas en páginas interiores. Cuando Bush mismo murió en 2014, apareció en página 12 de Página 12. El mundo solo miraba al Vaticano y allí, solo a las dos ventanas de los departamentos papales, cuyas luces no se apagaban desde 2011.

Los niños hacían ya preguntas inquietantes: “qué larga es la muerte mamí, ¿vos cuando empezaras a morirte?”. “ En las pelis la gente se muere en un segundo, pera aca desde que yo nací ese hombre se muere.”

Los canales habían agotado todas las bibliotecas, hemerotecas, cinematecas y colecciones privadas husmeando recuerdos del Papa Terencio Sciavo, popularmente conocido como “Terri”. Los ratings televisivos era casi inexistentes y la industria turística solo se movía hacia y desde Roma. La iglesias, vacías, la gente deprimida porque la noticias buenas nunca llegaban, y las malas, tampoco. El Mundo era un limbo, una enorme sala de espera donde las cosas nunca sucedían, todo era un simple sobrevivir hasta que El Gran Acontecimiento ocurriera. La vida solo tenía sentido si uno pudiera contarles a sus nietos: sí, yo estaba ahí cuando el Papa murió, me acuerdo perfectamente. Pero el Santo Hombre no moría y la vida estaba perdiendo significado para miles de millones de personas que se iban sin poder contarles el Acontecimiento a sus nietos.
Lo malo es que nadie recordaba exactamente cómo era en vida el Santo Padre. Los recuerdos se confundían con los documentales del tele, con lo cual uno no sabía si había visto al Papa o había visto el Noticiero con la llegada del Papa a Buenos Aires. Los teólogos, expertos vaticanistas y cardenales habían reemplazado a los actores y gente de la farándula en la tele. Manejaban programas especiales, diarios, con temas tales como “Veamos como es la sucesión papal”, “La infalibilidad del Papa y el dogma de la Sagrada Eucaristía”, “Juguemos a descubrir la Santísima Trinidad” , o programas de debate médico como “Cuantos años o siglos puede un papa agonizar”. Había también un reality show, donde varios cardenales simulaban estar en el Cónclave Vaticano y eran desechados o confirmados por las llamadas de los televidentes. El dicho más temido por los participantes era:
—Su eminencia, está nominado

En fin. Sin tele, sin Papa y sin sentido de vida, a los dos o tres años, la gente se volvió hacia creencias más abstractas y telúricas. Volvieron ciertos cultos a la piedra, a las estrellas, a cosas más permanentes que vidas que no se apagan pero que no brillan más. Una buena manera de evitar el dolor extra de llorar a un Papa (ya que tanto abunda el dolor en el mundo cotidiano: padres que se mueren, hijos que enferman, amigos que emigran, trabajos que desaparecen, juventud que se olvida, ideales que se enturbian) un buen método, digo, es amar y creer, por ejemplo, en las nubes. Siempre habrá nubes, hermosas y cambiantes. No envejecen ni mueren.

Cuando al fin se publicó la Infausta Nueva, nadie se apercibió. El Canal de las Noticias cambió el tiempo verbal de su titular (“El Papa se murió”) pero siguió emitiendo los documentales de siempre, mostrando un Papa joven y nadie supo deducir si el cuerpo que se mostraba en alguna capilla vaticana era el del Papa anterior (el polaco), o el del previo o el actual. Ya nadie recordaba bien nada.

La gente, las multitudes, tampoco parecían conmovidas: sus vidas habían cambiado tanto, estaban tan orientados a la contemplación de los astros , nubes y otras cosas perennes que solo algunos sonrieron aliviados, recordando, vagamente cómo era la vida en los otros tiempos, cuando el mundo se detenía ante la agonía de un Papa.

03/04/05