domingo, marzo 27, 2005

En Peebee´s nunca pasa nada

Era inevitable que ese hombre se volviera loco.
Tantas horas sin hacer nada, solo mirar a las clientas- señoras jóvenes comprando ropa para sus hijos - observar el pasillo del Shopping, acomodar su libro de registro, una hora tras otra.
Porque una cosa es ser guardia de Seguridad en un Banco, o en una Fábrica y otra, creo yo, en un negocio como Peebee´s.
Yo, pobre, le daba charla:
—Que tal el trabajo hoy, Jorge
—Y ...ya lo ve. Lo de siempre, poco para hacer
Ese hombre estaba enfermo de aburrimiento.
Nosotras, al menos, no paramos. Las diez horas encerradas en el Shopping se nos pasan : ordenamos los mostradores, llamamos a fábrica, reclamamos por un arreglo, pedimos colores, charlamos entre nosotras, respondemos preguntas de la dirección sobre como andan tales o cuales artículos, aguantamos los berrinches de chicos de cinco años o de madres de treinta...pero nos encanta verlos salir con esa linda ropa de moda (“Peebee´s, moda para gente que crece”).
Y soñamos. Yo con aprender mucho y abrir un negocio para chicos en mi barrio -¿por qué no?- o con pasar a una tienda española para adultos que algo me propuso...
Pero Jorge, ¿con qué soñaría? ¿Con ir armado con la más grande pistola jamas portada? Ja ja... ¿O pasar a la Seguridad de un Banco de primera línea? Creo que le brillaban los ojos cuando algún amigo suyo que a veces enviaban de Seguridad de la Fábrica, le comentaba cosas: chismes de ex-compañeros, “levantes” que hacían con las obreras, esas cosas. Pero acá en el Shopping, nadie le conversaba. Solo yo. El resto de las chicas- todas muy “barrio norte”- no le pasaban bola, no existía. Hola y Chau, y nada más. Me daba pena.

Cuando me invitó a salir, tragué saliva y me puse colorada – sentía muy calientes las orejas- mientras imaginaba tres respuestas negativas (me espera mi novio, voy a salir con una amiga, tengo un cansancio...)
Esa vez, pasó. Pero desde ese día me incomodaba el hombre. Yo le había dado charla y él me lo devolvía así, creyéndose con derecho a invitarme a salir. Las otras chicas me lo dejaron notar claramente (“sos una boluda, a esa gente ni pelota, entendés?”)
Durante un tiempo no pasó nada especial. Yo entraba, lo saludaba como siempre y me metía en mis cosas.
La diferencia es que comenzó a mirarme. Cada vez más seguido. Cada vez más fijamente.
Te imaginás que no estoy para andar dándole bola a todas las cosas que pasan, pero la mirada de Jorge era insistente y triste. Una mirada molesta.
—Cuando va a poder aceptar mi invitación, Vanina.—se animó una mañana.
No le contesté: lo miré, seria, y seguí ordenando una ropa suelta.
—Usted lo que necesita no es salir conmigo, Jorge, es salir de este trabajo.
—Y eso...¿qué tiene que ver? Hago mi trabajo, no molesto a nadie. ¿Quiere que me vaya? No sabía que la molestaba tanto...
—No entiende, Jorge. Usted necesita un trabajo mejor, éste le está afectando los nervios.
Entró una cliente y ahí acabó la charla.
Otro día las cosas fueron extrañas. El hombre no saludó a nadie, no miró a nadie, y solo se dedicó a anotar en un papel algo a cada rato. Miraba el reloj, y anotaba. ¿Qué anotaba, si en Peebees nunca pasa nada?... Era una treta, supuse, para lograr mi curiosidad. Así que no miré más y el día siguió normalmente.
Se lo comenté a la encargada, Ana. Le restó importancia y volvió a decirme que era una boluda, que le di pié para que se tirara un lance y que ahora no hiciera el papel de estúpida. No, si Ana es un amor...
Al otro día sucedió.
Una pareja, ella más bien morochita, mirando la ropa con curiosidad y él, raro, no sé porqué, mirada de droga imaginé. Miré insistente a Jorge, pero el hombre seguía sumido en su ensueño permanente, anotando tonterías en su bitácora, mientras los piratas subían a cubierta, dispuestos a arrasar con todo.
—¡Jorge! —le grité. Ahí se dignó a mirarme y le hice una seña con la mirada.
Sonó un celular que tenía la chica.
—Leo, es para vos
—Gracias, Tina.
La voz del tipo hablando por el celular me resultaba especialmente molesta (“si, hermano, carajo, si fiera, ta ta ta, sho? No papito, sho, no...”)
Rápido cuadro de situación: estaba sola, las chicas almorzando, hora del mediodía, poca gente en el Shopping. Recordé: hay partido de Argentina con no sé quién, con razón poca gente y estos aprovechando; en la caja habrá quinientos pesos para pagos de servicios que me dejó Ana, y Jorge que sigue anotando sus PELOTUDECES en el Diario de a bordo...
Ahí ví que Jorge, abría un cajón y guardaba sus papeles.
—Señorita, quisiera ver pantaloncitos para tres años—dijo la chica.
Tuve que acercarme a ella, preguntarle si había visto algo, mostrarle algunos del perchero, preguntarle para qué uso los quería, mientras no le perdía pisada al chico raro y al zombi de Jorge.
Sentí la dureza de una arma en mis costillas apenas le dí la espalda para sacar una prenda.
—Calladita, puta. Que si no te vuelo los sesos. No le avises al tarado ese—dijo la morochita en voz baja, lastimándome con su aliento.
Tuve un extraño alivio (debo estar loca). Primero, que no me había fallado el olfato y que, al menos estaba preparada para el asalto. Lo otro es que Jorge estaba ahí y seguramente haría algo sensato y me salvaría.
Hizo algo, pero muy poco sensato.
Como se sabe, los guardias en los negocios del Shopping no andan armados, por suerte. Estan para... vamos a ver: para disuadir con su presencia posibles actos delictivos. Pero Jorge, el bueno y tranquilo de Jorge, sacó -no sé de donde- un pequeño revolver y así, sin avisar, mientras parecía dormitar, disparó. El dolor en mi hombro me hizo aullar, a lo cual le sumé el miedo, la bronca y la desesperación porque el insensato me exponía a la muerte, sea bajo su plomo o bajo el de los asaltantes.
La chica se escondió tras el mostrador mientras el tipo se tiraba al piso y disparaba contra Jorge. Los de Seguridad externa ya corrían por el pasillo –alcancé a verlos antes del desmayo-

El entierro del Guardia de Seguridad Jorge García fue triste y ni siquiera tuvo el marco institucional que tienen los de los policías. El cayó “en el ejercicio de su deber”, pero no hubo más que una corona del Shopping y otra de sus compañeros de Agencia. Se sabía que había actuado imprudentemente, contra las normas. Su madre se abrazó al cajón, y hubo que socorrerla. Todo esto me lo contaron. Yo estaba en aquellas horas en terapia intensiva, después de la operación para extraerme la bala que el querido Jorge tuvo a bien meterme en mi cuerpo.

Dos semanas después, ya en el negocio, repuesta, hurgaba en unos cajones buscando un lápiz con punta- cosa casi imposible de hallar en una oficina o negocio- cuando algo llamó mi atención. Unas hojas, como escondidas, caídas entre el fondo del cajón y la tabla del mostrador, puestas a presión. Los papeles de Jorge. Los agarré y los guardé en la cartera, para leerlos con tranquilidad en casa.

Transcribo algunas cosas

Letras de cumbias de moda

Yo pensaba que el amor se había olvidado de mi y ahora ves, me enamoré otra vez.
Yo que tenía el corazón herido, yo que creí que todo había perdido ahora me siento tan distinto aquí contigo.
Contigo se me pierden los minutos, y se me pone en la garganta un nudo, me siento como fuera de este mundo.
Me enamore otra vez, como jamás pensé...
Me enamoré otra vez y que más puedo hacer...
Por tu forma de mirarme me atrapaste de verdad.
Me enamoré otra vez, como jamás pensé...

Fuiste Mala

Es que fuiste mala con mi corazón
Y ahora vienes a buscarme, a amarme
Un día fuiste toda para mí
Y ahora no puedo ni verte, vete

Por que me amas
Escuchame que nunca jamas


Quieres que borre el pasado
Como si nunca paso
Y que te libre de tus penas
Que te di mi perdón
Por que te quiero
Lo siento pero estas en un error



Horarios
Sale X, 12.30
Entra Y, 15. 45

Estadísticas.
10-12: 22 clientas, 5 compras
12-14: 3 cli., 1 com.
14-16: 4 cli o com.

En rojo:

14-16hs 12-3- Argentina – Rumania


Por último:
Leo y Tina: celu 155 6678-2430

©Enero 2004

sábado, marzo 19, 2005

Cena formal

Me enternecen los niños. Los chicos, decimos acá. “Los niños” suena muy formal, tipo: “Los niños ya están acostados, Señora, puedo retirarme?”. Es como cuando uno come en casa de un socio de tu marido, o del jefe: dice “me podrías alcanzar la panera, Fernando”, para picar un pancito, muerta de hambre y sospechando que el plato, cuarto de pollo escuálido, que acabamos de devorar es “plato único”: solo me espera, en esta velada de mierda, un flan clarito, chirle. Y yo que por los nervios de prepararme para venir a la casa del jefazo, no comí nada a la tarde, me perdí las tostaditas con manteca y mermelada, y ahora, llegado el momento, el estómago me hace ruidos.. y en vez de decir, de frente: “Fernando, tengo hambre, no puedo repetir el plato?” tengo que rogar por un pancito, a ver si el desgraciado se da cuenta y ordena a su servidumbre que traiga una suculenta porción de lo que sea. Pero no, una se contiene. Por eso, digo, aunque no sé si tiene mucho que ver, que decirle niño a un chico es como cenar toda dura en vez de despacharse un bifacho con papas fritas y huevo, pasándole el pan al juguito; es contenerse de las ganas de darle un beso en los cachetes y pellizcarlo.
Bueno, a lo que iba: me enternecen los chicos. Hasta los seis años. Después son insufribles, pero una ya los quiere.
-¿Qué edad tiene tu niño, Fabiana?
- Siete años, Zulma.
- Como pasa el tiempo, me acuerdo cuando los fui a visitar a la Clínica.

Me divierten los chicos, por aquello de “el rey está desnudo”. Claro los pobres, digamos hasta los cuatro o cinco son unos personajes asociales : aún no les metimos en su cabecita los “códigos de convivencia” y sus deseos y la realidad aun les parecen lo mismo: quiero caca, hago caca. Quiero juguete, robo juguete. Quiero gritar , grito. Quiero decirle a esa tía vieja que es asquerosa y se lo digo. Así funcionan, son maravillosos y por eso nos dan lecciones todos los días.
Después, pobres, pierden la guerra. Ceden, se transforman en tipos más previsibles. Se portan bien y no gritan “el rey está desnudo”. Pero casi, casi, lo hacen, están ahí...cerca del precipicio. “Portate bien” les dicen los adultos- mira que mi jefe es una persona muy importante, no vayas a incomodarlo...”
Aquí estoy, muerta de hambre, y sabiendo que mi adorable Luqui está a punto de decirlo. Sé que él también tiene hambre, ahí sentado en la mesa “para los niños”, que comparte con las hijitas de Fernando, mi Jefe. Ahí esta el pobre con esas sosas nenitas de once y trece, que lo miran con asco mientras hablan de bailes y discos. El pobre se aburre, y tiene hambre, y se siente desplazado, y no sé que hacer para que es sienta bien, se acomode a la situación, y no salte con alguna guarangada.
No sé como ayudarlo. Miro a mi marido, y es lo mismo que lograr que el Rey Sol te de audiencia: está en pleno show seductor hablando de posibles negocios con mi Jefe. Quiero decir, con MI jefe, el que se tiró ya veinte lances conmigo, el que me tiene a su disposición a cualquier hora y el que no me sirve una cena como la gente y el que pone a mi hijo en la mesa con las boluditas de sus hijas. Mientras trato de que mi hijo sobreviva, que no empiece a los gritos a decir verdades como esa que el sabe, que yo sé que el sabe y que presiento que está por revelar. Lo miro rogándole con la mirada, pero ya es tarde.
- Che tontitas, ¿saben que su papá estuvo en el dormitorio de mi mamá hace unos días, cuando papi estaba de viaje?

20/06/04

sábado, marzo 12, 2005

Prospectos

El asunto es que entré al Hall del Village dispuesta, esa vez, a matar a alguien; armada con una pesada 38, con las balas perfectamente alineadas, probada y aceitada. Me sentía la mujer más poderosa del mundo, eligiendo caprichosamente a mi víctima. Ante cada prospecto me detenía unos segundos, simulando empolvar la nariz: le calculaba la edad, la profesión, y cuan feliz o infeliz era en su vida. Aquellos que se veían agobiados de infelicidad, aprobaban mi examen y sobrevivían, ignorantes de todo. Buscaba gente especialmente feliz. Me detenía en obesos abogados o escribanos, acompañados de tímidas señoras de rictus amargo y ya le apuntaba mentalmente al pecho, ya los asesinaba de un balazo en la frente, pero me contenía. No cualquiera. Debía ser alguien que valiera la pena, un feliz monumental, importante, un maldito feliz con mucho poder, pero con restricciones tales como edad, sexo, vestimenta.
Mi juego era ese. Apostar a la vida o la muerte del próximo candidato y decidir en el último segundo... perdonarle la vida, porque notaba un zapato deslustrado, o una mancha en la camisa. Es claro que no es fácil. Juego a matar a una víctima ideal. Esa era la consigna de ese mes: tenía que ser perfecto, hermoso, joven, rico y feliz.
Ya me había pasado antes. Proponerme consignas fáciles y no encontrar a nadie así. Por ejemplo, en el verano estuve semanas enteras buscando entre las multitudes al prospecto definido por: sexo femenino, edad 30 a 40, soltera, secretaria o afines, vestida a la moda, que leyera La Nación y viviera por Palermo o Belgrano. Revolvía la Ciudad buscando candidatas: confiterías, paradas de taxis, vestíbulos de hoteles, cines. Cuando al fin todas las variables parecieron confluir y estaba a punto de aprobar el examen- recuerdo- la prospecto pegó un grito aterrador: todo el mundo la miró, y sentí muy cerca de mí el latigazo de cientos de ojos (ya tenía medio a la vista la 38). Un chico le había robado la cartera y recién entonces la boba se dio cuenta. Hum, nunca supo lo que se perdió.
En definitiva, que cada vez me lo pongo más difícil y cada vez me da más placer deambular como poseída, siempre a punto de asesinar al alguien, en una serie inacabable de historias que se me cruzan. Soy como una Diosa implacable, caprichosa, juzgando apariencias, sopesando miradas, comparando texturas de piel, olores, modas. A veces mi target son los menores de edad: estúpidos mocosos de Barrio Norte. Otras, grasa pura: tanitos verduleros, gente de la farándula, sederos del Once. Gente pobre, no. Piqueteros, cartoneros, pedigüeños, cuidacoches, no. Abundan demasiado y no tiene gracia.
Lo cierto es que, como buena histérica, nunca consumé la cosa. Me disolvía en una larga maceración, acariciando el peso de la pistola, imaginando la disposición de las balas, sus ganas de salir al mundo y mostrar su poder, viendo las caras y anticipando los rictus de la agonía, el grito de terror, la mirada que no entiende, la despedida de dos amantes. Pero nunca disparé. Hasta ayer.


Entré decidida. Caliente. Resuelta a consumar el deseo, diría algún psi, ávida de adrenalina, ganas de joda. Llamarlo como se quiera. Yo solo sentía un placer instalado en cada nervio, en especial los de mi brazo derecho y la mano que empuñaría el arma. Sentía mi brazo como un enorme pene listo para eyacular plomo, temblando de ansiedad.
Entonces ahí lo vi. Treinta y pocos, mirada tierna. Acompañado por esposa mona hablando por celular con hijito en casa, con baby sitter. Esposo comentando algo con amigos. Trajes Recoleta, Patio Bullrich. Gente que no vale nada, hijos de puta que joden al resto del mundo, burguesitos. Grito, corro hacia ellos, apunto, gritan, miran con ojos grandes, disparo, cara de sorpresa, un aullido, mi propio grito ahhhhhhh. Acabo entre espasmos, guardias de seguridad saltando sobre mí, la esposa mona ,como Jackie, cubre al esposo en su derrumbe, y yo tan feliz, cumplida, satisfecha.

Poco más recuerdo. Ahora me dicen – abogados, policías- que el tipo zafó, que la bala lo rozó apenas. Me lo dicen para joderme la vida. Quizás no me importe demasiado, al fin de cuentas, logré dispararle, mostré mi poder al mundo y, sobre todo, a mí misma. La felicidad tiene formas extrañas. Sola, aquejada de una fealdad insolente, y virgen, a los setenta años logré consumar mi ilusión.

©10/09/04

sábado, marzo 05, 2005

La Devolución Permanente

En la remota ciudad sudamericana de Buenos Aires, al parecer rodeada de cerros e indígenas descalzos (tal como nos la muestra la película Evita, protagonizada por Faye Dunaway) nació el profeta de la Devolución Permanente, León Trocci.
León adhirió a la lucha devolucionaria cuando sus depósitos bancarios fueron incautados, en una de las medidas desesperadas que precedieron a la Gran Anarquía de 2002.
En aquel instante, las masas ahorristas constituyeron Consejos Barriales de Defensa del Ahorro que se transformaron rápidamente en la vanguardia devolucionaria.
El régimen observaba incrédulo la potencia devolucionaria que crecía semana a semana desde cualquier esquina de la ciudad.
Al principio optó por ignorar esos reclamos, pero cuando comenzó la quema de bancos, en la City porteña, llegó a admitir que estaba impotente frente a la insurrección ahorrística.Renunció, en medio de cacerolas y piquetes.
Fue la Devolución Argentina.
El bancarizado argentino recuperó sus ahorros y, su conducción, el Consejo Supremo de Barrios se dispuso a organizar un sistema financiero acorde con las necesidades de fortalecimiento de la Devolución Nacional. Para eso reforzó algunas alianzas con paises fronterizos, decretó la Dictadura del Bancarizado y comenzó a aplicar complicadas prácticas contables, que obligaban a largas colas a los ahorristas.
Percibiendo que el rumbo de la Devolución se torcía, Leon Trocci- que había sido desplazado de su puesto de Delegado Interbarrial por un maniobra típicamente burocrática- expuso su teoría de la Devolución Permanente.
En síntesis propuso que el bancarizado mundial extreme al máximo su demanda de Devolución. “No se trata de fortalecer solo la Devolución Argentina, con el riesgo de caer en prácticas burocráticas, sino de expandir a todos los rincones del Mundo la Devolución Permanente en todas las instancias: Devolución de ahorros, de derechos, de saludos, de favores, etc.”.
Desterrado en Mexico, fue asesinado por un esbirro del Consejo Supremo, por orden de José Stallone. Sus discípulos han llegado a formar ya 234 partidos , 547 facciones y cuatro Internacionales Devolucionarias.
©2002